Un autor estadounidense dedicado al coaching de estilo de vida afirma: «La repetición es la madre de la habilidad«. Sin duda, esto puede ser cierto y aplicable en muchos aspectos de la vida, pero no en el que trataremos hoy: la oración.
Durante muchos años, fui criado con la creencia de que mi relación con Jesús consistía en repetir, cada mañana y cada noche una «oración», y los domingos de vez en cuando, asistir a la iglesia para responder en el momento preciso cuando lo ordenaba el sacerdote. Con el tiempo, la oración se convirtió en un ejercicio de rapidez; hice varios récords en terminar más rápido que los demás, recitando las palabras antes que ellos.
Al final, según los estándares de lo que veía a mi alrededor, no estaba mal. Sin embargo, comencé a sentirme desconectado de lo que siempre creí que era la «oración», y consecuentemente de la religión misma. No me parecía lógico, ni funcional, repetir de día y de noche un conjunto de palabras que se aplicaban según la ceremonia o el santo del momento.
Me llevó muchos años descubrir la verdadera razón de esa desconexión. Este pasaje lo explica perfectamente: la oración auténtica, la que construye una verdadera relación con Jesús, es más un ejercicio de escuchar que de hablar; más de intimidad que de coros repetidos al unísono. Es un encuentro personal, donde Él me conoce y yo a Él. Tal vez por eso, desaprender y «aprender a orar» de nuevo ha sido un proceso desafiante para mí. Saber que Él siempre está para escucharme es un beneficio que no sabía que tenía y que, hoy por hoy, trato de aprovechar en todo momento.
Devocionales Refúgiate en Su palabra, Casa de Refugio (GJ)
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