El Señor en su palabra me deja claro que no debo conformarme con los parámetros dictados por este mundo acerca de cómo ver las cosas y vivir la vida, sino que es mejor procurar fijarme en Él, en saber su voluntad y hacerla, porque ésta es buena agradable y perfecta.
Todos los seres humanos nacemos bajo una igual condición, con una plaga en nuestro ADN llamada pecado, pero nuestro Padre celestial dio la provisión de salvación a través de Jesucristo para ser sanos de ella.
Hace poco más de dos décadas que no había recibido de una manera genuina a Jesús como El Señor y Salvador de mi vida, tampoco me había arrepentido de mis pecados, ni era consciente de que la paga de ellos es la muerte, la separación eterna de Dios; pero sí sabía que pecaba y esta culpa me hablaba al oído para decirme que no era el momento de acercarme a Dios, ni entregarle mi vida a Cristo, porque no era digno de eso. Pero gracias a Dios, entendí con los años que ninguno por sí mismo es digno, pero que El Padre me hace digno por medio de Jesús. Entender esto trajo libertad a mi vida, ya no tengo que creer lo que el mundo dice, que si no soy suficientemente bueno, entonces no soy digno de acercarme a Dios; no me debo conformarme con esa mentira, porque la voluntad de Dios es sacarnos de las tinieblas a su luz admirable, y entonces sé que un indigno como yo, soy visto como justificado por medio de Jesús, dejándome frente a una nueva realidad en mi vida y de todo aquel que también decida entregar su vida a Jesús.
Lo mejor de todo es que esa nueva realidad no sólo me salva de una muerte eterna, sino que me permite ser libre del pecado, de esa mentirosa y mala consejera que es la culpa, y de la muerte que trae el pecado, permitiéndome conocer su voluntad y con su ayuda poder ejercerla.
Devocionales Refúgiate en su Palabra, Casa de Refugio – JENM
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